Auspicia

La sala de té: La habitación del vacío

La estética del té es toda una cosmovisión que se refleja en la arquitectura, además del marco filosófico de un ritual japonés simple como un haiku. Ya que estamos pensando nuestras casas, un recorte del tercer capítulo de esta proclama Zen, “El Arte del té” de Okakura Kakuzo. Una introducción al teísmo.


El teísmo es una corriente filosófica dentro del zen. Una práctica, una meditación, una estética. Una manera de vivir en el espacio y en la mente.

Es posible que un arquitecto occidental, educado en la tradición de la piedra y el ladrillo, considere que el sistema japonés de construcción con madera y bambú apenas puede ser concebido como una arquitectura. Ha sido muy reciente el reconocimiento de la arquitectura oriental por parte de un estudioso de Occidente, quien se ha conmovido con la perfección de nuestros templos. Esto sucede con nuestra arquitectura clásica, más cuando se trata de la sutileza de nuestras salas de té, cuyos principios de construcción y ornamento resultan por completo ajenos a los de Occidente.

El salón de té, conocido en Japón como sukiya, es apenas una choza de paja. Los ideogramas que conforman el término original significan ´morada de fantasía´. Con el tiempo, algunos maestros de té introdujeron cambios en los caracteres chinos, de acuerdo con su propia concepción del ámbito, por lo que sukiya puede querer decir ´morada del vacío´, o ´morada de la asimetría´. Es la casa de la fantasía porque su estructura efímera intenta contener una moción poética. Es la casa del vacío porque carece de cualquier adorno, salvo lo que dejara allí por una necesidad estética inmediata. Es la casa de lo asimétrico porque ha sido consagrada al culto de la imperfección, dejando siempre algo inconcluso para alimentar la imaginación. La influencia del teísmo ha sido tan intensa en nuestra cultura a partir del siglo CVI que cualquier interior japonés de nuestros días puede resultar austero en exceso a la mirada occidental por la simpleza de su concepción.

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Cualquiera que haya atravesado el sendero que cruza el jardín tendrá presente en su corazón la emoción de haberse elevado más allá de la rusticidad de lo cotidiano, en ese paseo que lo conduce a la sombra de los árboles de copas eternamente verdes, donde sus pies deben reconocer las constantes irregularidades de las piedras sobre las que crujen un manto de agujas secas de pino, y su cabeza pasa cerca de las linternas de granito enfundadas en musgo. Se puede estar en el centro de una ciudad y sentir que se llegado a la selva, a distancia del polvo y el fragor de la civilización.

Fragmento de “El Libro del Té” de Okakura Kakuzo, gran maestro del té japonés que vivió entre 1862 y 1913.

Traducción Eva Chik.